sábado, 20 de marzo de 2010


SENTIR: Que sentimiento mas bello, si eres afortunada en poder gozar de ese sentimiento respecto a otra persona,puedes sentir cosas bonitas, cosas feas, cosas que te hacen sentir especial, sentir por ti sola cosas que no sientes por otra persona.Sentimientos encontrados delante de ti. Puedes amar y ser amada, odiar y ser odiada todo son sentimientos que se llenan dentro de ti.

SOLEDAD: La soledad, sentimiento de pena, desdicha, incomprension, te encuentras sola ante el mundo que no te comprende, se apodera de ti una impotencia muy dura, que nos abes como salir de ella. Te sumerges en tu mundo esperando que alguien te haga una visita. Pero el tiempo pasa y tu mundo es cada vez mas pequeño donde ya solo cabes tú.La soledad te puede hacer mucho daño, te hace tener pensamientos negativos hacia ti y los que te rodean. Soledad ¡maldita sea!que no te apiadas de nadie, ni de nada.Solo piensas en ti  en la mas triste soledad.

EGOISMO: Solo piensas en ti, todo para ti, no compartes, no te interesan los demas, no te importa si la gente de tu alrededor estan bien o estan mal, si pasan hambre, si tienen con que vestirse. Solo eres tú, tú, y tú. Siempre tú  antes que lo demas. 

Disfruta siendo egoista,egocentrico, te crees el ombligo del mundo . Si tú tienes de todo,que más te dan los demás.¡Egoista, egoista!



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viernes, 19 de marzo de 2010

NO SALGAS CORRIENDO, PORQUE A LA PRIMERA NO HAYAS SIDO GANADORA, SIGUE TU META HASTA SER LA PRIMERA EN SER GANADORA.
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IDENTICAS PERO NO IGUALES (maría díz)

ESTE ES MI RELATO, ES LA MITAD DE EL , EN REALIDAD , EN BUBOK,LO TENGO COMPLETO ESPERO QUE OS GUSTE LEERLO



DEDICATORIA:


QUE HARIA SIN VOSOTRAS... SIMPLEMENTE MARCHITARME POCO A POCO, PORQUE SOIS MI VIDA, MIS SUEÑOS, MIS ALEGRIAS, MIS PENAS, MIS ENFADOS, EN DEFINITIVA MI MUNDO YA QUE MI VIDA GIRA EN TORNO A VOSOTRAS, Y ES LO MEJOR QUE ME A PODIDO PASAR.
TENGO LA SUERTE DE FORMA PARTE DE VUESTRAS VIDAS Y QUE ME QUERAIS.
SABEIS CUANDO ESTOY ENFADADA O CONTENTA, CUANDO ESTOY TRISTE O EUFORICA, CUANDO CANSADA O LLENA DE VITALIDAD, CUANDO SOY FELIZ O INFELIZ, Y SOLO OS HACE FALTA MIRARME A LOS OJOS PARA SABERLO. TANTA CONEXIÓN A VECES ASUSTA, PERO ASI ES LA REALIDAD, NUESTRA REALIDAD.
TE QUIERO MANUELA, TE QUIERO INGRÍD,
TE QUIERO MAMÁ, TE QUIERO HERMANA.












25 de DICIEMBRE del 2008

—Tú, Julia Romero Castillo, quieres a Carlos como tu legitimo

esposo, tanto en la enfermedad como en la salud, en la pobreza como en la

riqueza, respetarlo hasta que la muerte os separe...

Julia se mantuvo callada durante unos segundos reflexionando,

pensando sobre lo último que había dicho el párroco. Padrinos de boda,

padres de novio, padres de Julia, los doscientos cincuenta invitados, todos

con el alma en vilo, esperando de la boca de Julia aquel monosílabo

positivo, aquel “sí quiero” que tanto significaba para Carlos. Monosílabo

que haría feliz a todas las personas allí concurrida. Serviría también para

hacer creer a todos los demás que no había sido una pérdida de tiempo, el

estar allí para acabar sin boda.

—Sí quiero —dijo por fin Julia.

Los invitados suspiraron aliviados. Por fin la díscola Julia se

convertía en una mujer responsable.

—Pensé que Julia no se casaría nunca. Con lo tremenda que ha sido

siempre —susurro Lola, prima de Julia a Blanca, hermana gemela de Julia.

Blanca se limito a sonreírle.

—Yo le declaro marido y mujer. Puede besar a la novia —dispuso el

cura a los recién casados.

Blanca en ese momento salió de la iglesia. Se saco un cigarro del

bolso.

—Ya la tienes casada —le ofreció fuego un hombre muy masculino

— ¿Ahora qué? ¿A esperar? —le dijo.

Blanca lo miro y encendió el cigarro con su mechero, rechazando el

otro.

—Al final te saliste con la tuya. Aunque hayamos engañado a

Carlos, tu plan has conseguido.

— ¡Calla! No digas eso nunca, nunca más. Alguien te puede oír y

pensar lo que no es.

—Tú sabes que lo que hemos hecho no está bien. Has engañado a tu

hermana por una parte y a tu amigo por otra.

—Yo no he engañado a nadie. Carlos se ha convertido en el marido

de Julia porque ha querido. Carlos siempre ha estado enamorado de Julia.

—Sabes que eso no es así. Carlos siempre te ha querido a ti. Desde

que teníamos ocho años. Carlitos estaba enamorado de ti, Blanquita, no de

Julita. Julita tan solo era la hermana de la niña que lo tenía loquito.

—Lo que me importa ahora, es que mi hermana y Carlos son marido

y mujer —lo miro fijamente a los ojos—. Ten cuidado con tus palabras en

el convite Alberto. Recuerda que yo no quise tu ayuda con el asunto de mí

hermana.

—Lo sé, yo te he ayudado porque he querido. Julia será para mí

siempre la mujer de mis sueños. Y si su felicidad, es casarse con mi mejor

amigo, adelante, mi corazón lo resiste. Después de tanto años sufriendo, ya

ni siento ni padezco con el tema referente a tu hermana.

—Recuerda, que yo soy capaz de todo por la felicidad de mí

hermana.

—Sí, me lo has demostrado. Eres capaz incluso de renunciar a tu

felicidad absoluta, por la de tu hermana.

Comenzaron a salir los invitados de la iglesia.

— ¡Blanca! —Se acerco a ella Lola—. Tu hermana te espera dentro

de la iglesia, para que os hagáis las fotos con vuestros padres.

Blanca entro en la iglesia. Caminó hacia el altar con paso firme. Noto

como sus piernas temblaban más y más. Hizo una pequeña radiografía a los

cuatro. Su madre se secaba las lágrimas con un pañuelo, lágrimas de

alegría, satisfacción. Su padre se colocaba bien la corbata para salir en la

foto perfecto. Seguía igual de coqueto, como siempre. Julia se arreglaba la

larga cola de su inmaculado vestido de novia.

“Mírala, parece una princesa. Esa princesa de cuento de hadas que siempre

ha querido ser. Aunque para el mundo exterior, haya sido todo un terremoto

que no tiene miedo a nada ni a nadie. Esa dureza solo es un escudo para

esconder a la verdadera princesa que es Julia. Esta bellísima con la tiara de

diamantes en sus cabellos azabache. Como siempre soñó” —pensó Blanca

cuando vio a su hermana.

Carlos estaba al lado de Julia, observando a Blanca caminar hacia

ellos. Sus miradas se cruzaron, siguieron mirándose como si solo

estuvieran ellos dos solos en la iglesia. Blanca llegó al altar, dejo de mirar a

Carlos, abrazo a su hermana.

—Ya eres una mujer casada –rió Blanca—. Es lo que tú querías, y

con el hombre que amas.

—Si, en estos momentos es lo que quiero. Ya me siento afortunada.

Me da igual lo que venga después.

Blanca se acerco a sus padres, los besos y los abrazo. Cuando llego el

momento de felicitar a Carlos para darle la enhorabuena, Blanca tan solo le

dio un ligero beso en la mejilla y una tímida enhorabuena salió por su

boca.

Blanca se coloco al lado de Julia para la foto. La cogió fuertemente de la

cintura y la atrajo hacia ella.

—Te quiero Blanca, recuérdalo siempre.

El fotógrafo hizo la foto.

20 de SEPTIEMBRE del 2006

—Vamos Julia, llegaremos tarde, y esta vez no voy a falsificar tu

firma.

—Déjame dormir cinco minutos más, mientras tú haces el café.

— ¡Dios! Que cara tienes. Eres lo que no hay —se marchó a la cocina

a preparar el café—. Julia, tu móvil. Creo que es Alberto —sonó el

móvil de Julia.

—Cógeselo, seguro que es él —le grito desde la cama.

— ¡Ah! No. No, yo paso de hacerte de secretaria.

—Vamos Blanca. ¿De qué sirve tener una hermana, sino ayuda con

los chicos? —se marcho Julia a ducharse.

—Será mejor que lo dejemos. A menudo me hago pasar por ti y

luego pasa lo que pasa. Estoy harta de que me líes con tus líos amorosos

Dejo de sonar el móvil.

Julia se levanto y se marcho a la cocina.

Se sentaron a desayunar en la cocina.

— ¿Que quería Alberto? —preguntó Julia mientras sorbía el café.

—No lo sé. No lo he cogido.

— ¿Porqué? Ahora no sé lo que quiere por tu culpa.

—Llámalo —puso el móvil sobre la mesa—. Pregúntale lo que

quiere.

— ¿Yo? ¿Llamar a ese tipo? Pero si es un pesado. Desde siempre lo

ha sido.

—Será contigo, porque conmigo nunca ha sido pesado... Luego no te

quejes si es algo urgente del trabajo, y te quedas sin saberlo por ser tan

arrogante.

—Será por tu culpa. Menuda hermana tengo, nunca me ayudas...

—comenzó a relatar Julia.

— ¡Julia! ¿Cómo te atreves a decirme eso?

—Venga Blanca, eres mi hermana y gemela. Ayúdame con Alberto

otra vez... Sé que llevas toda tu vida ayudándome. Solo te lo digo para

picarte un poquito, nada más... Blanquita, por favor. Alberto no nos

diferencia ni físicamente ni en la voz.

—Eso te crees tú, que no nos diferencia. Yo creo que a él le gusta

hacernos creer que no sabe quién es quién. Hace más de diez años que nos

conoce. Alberto no es tonto.

— ¿Te acuerdas del abrigo que viste en la tienda de ropa el otro día?

—Sí, aquel que te gusto tanto y que no te pudiste comprar porque no

tienes dinero, ya que te lo has gastado todo en aquella cámara de foto

profesional, que te ha costado mil seiscientos euros.

—Sí, por desgracia me acuerdo.

—Bien, pues que sepas que me he comprado el abrigo, porque no he

tenido gastos extras este mes.

—Te he dicho que te odio con todas mis fuerzas —le dijo en plan

irónico.

—Es tuyo sí lo llamas.

—Eso es chantaje.

—No, yo prefiero llamarlo negocio.

Blanca cogió el móvil de su hermana. Marco el último número de llamadas

perdidas.

— Si te pregunta, dile que no vamos a la fiesta de navidad.

—De acuerdo... ¿Alberto? Hola Alberto, soy Julia, ¿qué tal?

—Julia, ¿qué tal? Yo bien —le contesto.

—He visto tu llamada. No he podido cogerlo, me estaba duchando.

Dime, ¿para qué me has llamado?

—Para intentar convenceros de que vengáis a la fiesta de navidad que

he organizado en Nochebuena.

—Veras Alberto...

—Ya, ya sé lo que me vas a decir, que Blanca no quiere relacionarse

con gente, porque es una antisocial. Como tú bien me dijiste es un poquito

rarita en esto de conocer gente nueva, pero vamos Julia entre tú y yo, ya lo

sé, llevo ocho años conociéndola. Que me vas a contar a mí —soltó una

risa.

Blanca miro con cara de pocos amigos a Julia.

—Así que yo te dije eso.

—Sí, el otro día, cuando hablamos.

—Y que más te dije sobre mi hermana, Albertito.

—Vamos Julia, tú ya sabes cómo es tu hermana. Es un poco especial

en cuanto a relacionarse— sonrió maliciosamente—. Veo que se te pegan

cosas de Blanca. Albertito solo me lo llama ella cuando la hago enfadar.

—... Si, es lo que tiene vivir juntas desde hace unos años. Que sepas

que vamos a ir a esa fiesta —dijo Blanca con rotundidad.

A Julia se le cambio la cara, comenzó hacer aspavientos con las

manos a su hermana. Negó con la cabeza varias veces.

—No, no, no —susurraba Julia a Blanca—. No vamos a la fiesta.

Blanca ignoro por completo a su hermana.

— ¿A qué hora habéis quedado? , ¿Donde? Yo y mi hermana la

insociable estaremos en la fiesta.

— ¿Estás segura Julia? ¿No se enfadara Blanca?

—No te preocupes Alberto, Blanca no se enfadara. Te dejo que llegó

tarde al trabajo —miro con mirada desgarrada de odio a su gemela, casi se

podía cortar la tensión en el ambiente—¿Rarita?

—No sé porque le has dicho que vamos a ir a la fiesta —ignoro la

rabia de su hermana.

—Julia —se levanto de la silla de la cocina—¿Rarita? Le dijiste

a nuestro amigo Alberto que yo era una antisocial, y que por ello no íbamos

a la fiesta de Nochebuena.

Julia se quedo en ese momento muda, no sabía por dónde salir antes

las acusaciones de Blanca, ya que era verdad.

—Me voy a vestir —se excuso para no hablar más sobre el tema.

De camino al trabajo en el coche de Blanca, las hermanas no se

hablaron ni se miraron en todo el trayecto. Se respiraba la traición que

sentía Blanca hacia Julia. Blanca de vez en cuando miraba de reojo a su

hermana, pendiente por si le decía algo, o le pillaba una mueca de

arrepentimiento. Julia seguía impasible.

Julia se bajo en la puerta del periódico en el cual trabajaba como

periodista. Mientras Blanca, se marcho aparcar el coche a un parking

cercano. Se dirigió al mismo periódico que Julia. Blanca era fotógrafa.

— ¿Julia?

Se giro al oír el nombre de su hermana.

— ¿Carlos? —sintió un pellizco en el estomago, el corazón comenzó

a latirle más fuerte, a sudarle las manos, a sentir unas cosquillas en el

estomago —. No, soy Blanca —. Se acerco a él.

— ¡Blanca!, Que alegría verte —la abrazó—. Os parecéis tanto tú y

tu hermana, que por más que pase los años, os sigo confundiendo.

—Sí, es lo que tiene ser como dos gotas de agua —aparto su mirada

de él —. ¿Qué tal por Irak? —lo volvió a mirar.

—Pues fatal, pero como buen corresponsal de guerra que soy he

estado al pie del cañón cada día. Me gusta mi trabajo así que siempre

cumplo con el, aunque no me guste. Tú ya me entiendes —le guiño un ojo.

— ¡Carlos, tío! Por fin en casa —llegó un compañero de la redacción

a saludarlo —. Vente a la cervecería, venga te invito a una cerveza y me

cuentas qué tal te ha ido.

—Venga. Blanca — la miro —, nos tomamos un café ¡ya! tú y yo.

—Por supuesto Carlos, cuando tú quieras —vio alejarse a Carlos con

el compañero.

Subió a toda prisa a la planta donde se encontraba la redacción del

periódico. Entro rápida y veloz buscando a su gemela. Llego a la mesa de

Julia, pero está no estaba. Pregunto a unos compañeros por ella, pero no la

habían visto. Nadie la había visto. Se la había tragado la tierra.

Cuando ya tenía decidido marcharse de allí, vio a Julia hablando con

Alberto. Se fue hacia a ellos.

—Blanca he ido a buscarte a tu despacho, quería pedirte perdón por

lo que tú ya sabes, ¿me perdonas? —le hablo Julia en cuanto la vio.

—Hola Alberto —se dirigió a él.

—Hola Blanqui, ¿qué tal?

—Muy bien, supongo, que igual que tú. ¿No?

—Pues la verdad es que si, que estoy muy bien.

—Pues me alegro de ello. —en aquella frase se noto la ironía con la

que Blanca le había hablado durante esa escueta conversación — ¿De qué

estabais hablando?

— ¿Perdona Blanca? —le llamo la atención Julia —. Puede que sea

algo privado entre Alberto y yo.

— ¡Oh! Perdón, ¿Me estáis ocultando algo, y no queréis que me

entere? ¿A tu hermana la insociable le ocultas cosas?...Y sí, te perdono.

— ¿La insociable? —dijo Alberto sorprendido —Vaya, por fin lo

reconoces.

Blanca lo miro con coraje.

—No te hagas el sorprendido ahora Albertito, hace ocho años que nos

conocemos. Tú ya sabes cómo soy.

—Perdona Alberto a mi hermana —sonrió Julia—. Debe ser que tiene

que estar todavía bajo los efectos del alcohol de anoche. Ya te dije q

tanta juerga no es buena—miro a Blanca

— ¿Qué juerga? Según tu soy una insociable rarita, así que no...

—Será mejor que nos vayamos, si —se marcharon las dos al bar de

abajo del edificio del periódico dejando a Alberto pensativo y perplejo.

Llegaron al bar. Se sentaron en una mesa, después de pedir dos cafés

bien cargaditos a la barra.

Julia le pidió una explicación de su actitud delante de Alberto, Blanca

le dijo que estaba harta de mentir a la gente por ella, de hacerse pasar por

ella, cuando ella no era capaz de afrontar las cosas, a veces, simplezas

como lo de aquella mañana por teléfono. Y que encima siempre delante de

los amigos, la ponía a ella como excusa para no salir, cuando no le apetecía

y no tenia gana de ver a determinadas personas. Y que gracias a ella su

apodo entre sus amistades era la “rarita insociable”.

Blanca le hizo saber a Julia, que Carlos se encontraba en el periódico

y que como siguiera en ese plan se lo iba a contar todo y toda la verdad

sobre la relación que habían mantenido las dos con él. Julia palideció, sus

manos empezaron a sudar, su tono de voz disminuyo. No sabía que decir.

Blanca se arrepintió de lo último que había dicho.

Julia miro a Blanca, Blanca miro a Julia.

—No diré nada, tú lo sabes. Lo que he dicho a sido consecuencia del

enfado que tengo.

—Lo sé, y todo lo que has dicho respeto a mí, tienes razón. Sé que a

veces me pasó contigo. Eres tan buena Blanca que te mereces un

monumento en el cielo. Pero soy así, con un carácter quizás más fuerte que

el tuyo.

— ¿Carácter? No querida, tú tienes menos vergüenza que yo, que no

es lo mismo —rió.

— ¡Ja ja ja! Si, puede ser... ¿Cómo esta él? —cambio de tema.

Blanca calló, su semblante se volvió serio de pronto otra vez.

— ¿Lo has visto mal? —se asusto Julia.

—No —sus ojos se volvieron cristalinos—. Esta guapísimo. Muy

muy atractivo —sonrió.

—Voy hablar con él –se levantó de la mesa.

— ¡Espera Julia! No vayas directamente hablar a su despacho . Ves a

la cervecería de al lado, allí esta con los compañeros tomándose algo.

—Sabrá que me lo has dicho.

—No, porque da la casualidad que se te a acabado el tabaco—saco de

su bolso un paquete de cigarros vació.

— ¿Colara?

—Seguro que sí.

Julia entro en la cervecería pisando con seguridad plena en sí misma.

Miro hacia un lado, hacia el otro, y lo vio al final de la barra vuelto espalda.

Tenía el pelo mucho más largo que la última vez que lo vio. Su espalda le

parecía a Julia todavía más ancha que antes. En esos seis meses Carlos

había vuelto más masculino , si cabe, de lo que recordaba Julia. Se fue

acercando al grupo silenciosamente. Cuando estaba muy cerca del grupo,

saludo en general, pero sin dejar de mirar a Carlos. Él volvió la cara para

saber quien había saludado tan efusivamente. Cuando se dio cuenta de

quien se trataba, la amplia sonrisa que tenia dibujada en su cara, se

desdibujo, convirtiéndose en una cara inexpresiva.

— ¿Carlos? ¿Qué tal? —se hizo la sorprendida de verlo allí.

—No eres Blanca, ¿verdad?

—No, soy Julia.

—Me lo he imaginado... Buenos chicos, os dejo —se levantó y se

salió hacia la calle.

—Espera —salió tras él—. Necesito hablar contigo.

—No quiero hablar contigo. ¿He sido claro? —se giro hacia ella.

—Vamos. Te fuiste sin decirme nada, sin darme ninguna explicación.

—Julia, gracias a ti me mandaron a cubrir un conflicto bélico en el

que yo no quería estar, y te lo vuelvo a decir, gracias a ti he estado . He

vivido mis peores seis meses como periodista. Y solo, porque estabas

despechada conmigo y me querías joder. Alégrate Julia porque lo

conseguiste.

—Te quería, y te sigo queriendo. En aquel momento, me dejaste sin

más. Mi orgullo como mujer pudo más que la cordura.

—Por eso no quiero saber nada más de ti. Porque eres envidiosa y

cuando no tienes lo que quieres, eres capaz de hacerle la vida imposible a

los demás, por tal de salirte con la tuya.

—Déjame pedirte perdón. Acepta mis disculpas.

—No Julia, no insistas. Ahora ya es demasiado tarde —marcho para

el periódico dejando a Julia con lágrimas en los ojos.

Julia llegó a casa. Blanca la esperaba sentada revisando unas

fotografías tomadas por ella en las Ramblas de Barcelona.

— ¿Qué a pasado? No ha ido bien la cosa. Lo siento, siento tu

angustia, como siempre—. Blanca y Julia estaban tan unidas que sabían

cuando una o la otra se encontraba triste o eufórica, si estaban en peligro o

disfrutando de la vida. Sus sensaciones la percibían al estar lejos la una de

la otra como si fueran una misma persona.
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jueves, 18 de marzo de 2010

CELOSÍA (MARÍA DÍZ)


AQUI TENEIS UNA PEQUEÑA MUESTRA DE MI NOVELA...ESPERO QUE OS GUSTE Y LA COMPREIS....


—¡No lo puedes decir en serio! ¡No me lo puedo creer! Siento que me falta el aire... —gritaba al borde de la histeria la impresionante chica rubia, semidesnuda encima de la cama—. No puedes hablar en serio, ¡me niego!
—Valeria, por favor... Escúchame por una vez en tu vida...
—Necesito un calmante. ¡Rápido, tráeme uno! —resoplaba y aspeaba su mano sobre su cara—. Lo que me estás diciendo me parece casi surrealista. ¡No me lo puedo creer!
—Verás, Valeria, lo hemos pasado bien, nos hemos divertido juntos, pero se acabó —se intentaba defender el chico, mientras paraba el cojín que le había lanzado la rubia desde la cama—. ¿Por qué no lo quieres asumir? Todo en esta vida tiene un principio y un final, y nuestra relación a llegado a su final, es más, fuiste tú quien inició esta relación precisamente de ese modo. Sin ningún compromiso, ¿recuerdas? Sólo cuando nos apetezca estar juntos, lo estaremos. Ahora no me vengas pidiendo una relación seria de pareja.
— ¡Te odio, te odio, te odio! ¡Y te voy a odiar toda mi vida!
—repetía Valeria hasta la saciedad. —¡Nadie! ¡Escucha bien, nadie deja a Valeria! ... ¡Vete de aquí, sinvergüenza!
—Perdona, bonita —contestó él irónicamente—, la que se tiene que ir aquí eres tú, ya que esta es mi casa y estás sentada en mi cama— le
abrió la puerta del dormitorio con suma ironía, tirándole la ropa al salón para que ella la recogiera.
—Está bien. Me marchó, pero ten en cuenta que no te vas a librar de mí tan fácilmente —. Se levantó enojada de la cama. Se dirigió al salón, se vistió en silencio y se marchó de la casa sin mediar palabra.
A Mario le dio que pensar. Sabía que Valeria era una mujer muy vengativa y maquiavélica. Era capaz de todo cuando sus planes fallaban. Y sus planes referente a la relación de ella y Mario habían cambiado sin su consentimiento y eso la hacia ponerse a la defensiva.
Valeria era una mujer de armas tomar. Nada o casi nadie la detenía para conseguir sus objetivos. Ya podía ser en el terreno amoroso, en el laboral, o en el más personal. Valeria no consentía que las cosas se le escaparan de las manos. Quería tener controlado siempre cualquier aspecto de su vida.
Mario se tendió en la cama, cerró los ojos y se quedó pensativo. Pensando que lo tenía todo; bueno, casi todo, porque desde hacía un par de meses su relación con Valeria pasaba por un bache demasiado grande para superarlo.
Se había dado cuenta de que por su vida habían pasado todos los tipos de mujeres imaginables. Distintas entre ellas, sí, pero deseando solo y siempre lo mismo de él: SU FAMA Y DINERO.
A esta altura de su vida, cuando había triunfado en su trabajo como un reconocido abogado (pese a su juventud, treinta y cinco años) en un bufete propio, a pesar de este éxito laboral, en el plano personal no le iba del todo bien. Se sentía vacío. Empezaba a imaginar obsesivamente, y con cierta tristeza, que parecía añorar el curso de ese amor verdadero que nunca había sentido y del que tenía un conocimiento indirecto, ya que nunca se habia enamorado de verdad de una mujer. Se habia sentido atraído por ellas, le habían gustando, se habia obsesionado en cierta medida con alguna, pero una vez la conseguía perdía su interés. Nunca habia sentido esas cosquillas en el estomago de cuando estas enamorado de alguien, ya lo echaba en falta.

- 2 –
Eran las cuatro de la tarde de un caluroso día del mes de Agosto. Mencía se encontraba en las pruebas de un casting, para ser actriz en una importante obra teatral que se estrenaba en el centro de Barcelona.
Había llegado al teatro a las once de la mañana sin haber probado bocado. Se encontraba desvanecida cuando el ayudante del director de la obra se puso en pie, miro a todos los candidatos que estaban esperando una respuesta de pie sobre del escenario.
—Bien, ya hemos decidido —llamó la atención de todos ellos con su peculiar voz, que era fina y afeminada. Dejaron de hablar y de moverse nerviosos encima del escenario. Escucharon el veredicto que el ayudante de dirección tenía que dar[I1] —. Antes de nada, agradecerles a todos la paciencia que han tenido... Los que pasan a la siguiente fase son el número —miro unos papeles que tenía entre sus manos— sesenta y uno...
Se oyó el grito de la afortunada.
—... El numero quinientos ochenta y uno...
Se abrazaron entre sí los dos números agraciados.
Así siguió hasta escoger a nueve personas más. Cuando tan sólo faltaba un número para completar la lista, las esperanzas de Mencía se habían
disipado casi en su totalidad. Se mordía las uñas suplicando (no sabía muy bien a quien) oír su numero, que en esta ocasión era capicúa del cinco.
Pero no fue así, el décimo numero elegido fue el seiscientos ocho. A Mencía se le vino el mundo encima. Había estado toda su vida soñando con un papel como aquél. No podía creer que la suerte otra vez le hubiera dado la espalda. Ella sabía que tenía talento para interpretar ese papel y muchos más, incluso mejores. Se veía nuevamente obligada a esperar estar en el sitio adecuado y en el momento apropiado (en otro sitio y en otro momento que no eran aquellos)
- 3-
—¡Vaya! Por fin llegó. Su madre está muy preocupada por usted —lo recibió el mayordomo en el salón decorado del siglo XVIII de la casa que poseían en unos de los barrios más selectos y distinguidos de Barcelona.
—¿¡Qué me estás contando!? —le contestó Mario en plan irónico.
—No me lo creo. Ella sabía que me encontraba en mi apartamento. Se lo repetí como cien veces esta mañana antes de salir.
—No sabía si usted se acordaría de la cita que tienen en el club. Han quedado a las cinco con la Sra. Ortiz y su hija Valeria para disputar un partido de tenis. Su madre pensó que la volvería a dejar en ridículo no presentándose como la última vez.
—Ya sabía yo que no sería preocupación sin interés por su parte. ¿Dónde se encuentra mi señora madre?
—En el jardín con su profesor de aeróbic —recogió unos ceniceros que se encontraban encima de una de las cinco mesas dispuestas en el salón.
—Mi padre no está en casa, ¿verdad? —preguntó molesto.
—No, se fue temprano al teatro. Hoy terminaba con las pruebas del elenco de actrices de su última obra.
—Entiendo. Cuando papá no está, mamá se distrae con el aeróbic
—le guiño un ojo en muestra de complicidad a Sebastián. A lo que el mayordomo respondió con una sonrisa.
- 4-
Mencía llegó a casa se sentía muy cansada, pero sobre todo enormemente desilusionada, pues estaba segura de que aquella vez iba a ser su gran oportunidad para trabajar en lo que verdaderamente le gustaba, había estado cinco años preparándose.

Ese año había acabado sus estudios de Bellas Artes especializándose en danza e interpretación. Había hecho un par de cosas por diversos pueblos en los meses de verano, pero nada a lo grande como sería aquella obra de teatro. Esta obra era su mejor oportunidad para darse a conocer en el ambiente más alto del séptimo arte.
Se dirigió directamente a tomar un relajante baño de espuma mientras oía una pieza de música clásica. Esta vez, el elegido fue Beethoven, su compositor favorito, y una de sus piezas más famosas, “Para Elisa”. Después, escuchó el no menos célebre “Claro de luna”.
- 5-
Mario llegó al jardín donde se encontraba su madre con Julio, el preparador físico de su madre. Estaban practicando movimientos algo picantes, tratándose únicamente de una ingenua clase de aeróbic, según el criterio de Mario.
—¡Vaya, vaya!. Veo que no dejas a mi madre perderse ni una de tus clases—. Se metió las manos en los bolsillos delanteros de los jeans.
—Te equivocas hijo. Soy yo quien no quiere perderse ni una clase.
—¿Y eso a que se debe, querida madre?
—Quiero mantenerme en forma para tu padre. Así de sencillo.
—Claro —Mario no la creyó—. Será mejor que vayas a cambiarte para ir al club, mamá —miró desafiante a Julio—. Nos esperan.
—Yo me voy ya, Marga. Mañana te espero en mi gimnasio para continuar con la tabla de ejercicios que te he propuesto hoy.
—No faltaré. Hasta mañana.
—Adiós, Mario.
No recibió respuesta por parte del chico.
Cuando el profesor de gimnasia se encontró lo bastante lejos para no oír sus palabras, Marga arremetió contra su hijo.
—¿¡Me puedes explicar a que viene esa actitud con Julio!?
—¿Qué actitud? —intentando desentenderse del tema.
—Tú sabes a qué me refiero. Siempre que viene a darme clases, y tú te encuentras con él te muestras impertinente, grosero, descortés, estúpido. ¿Por qué no te cae bien?
—Vamos a dejarlo, será lo mejor —se retiró hacia el interior de la casa—. Te espero en la puerta. Date prisa o me iré sin ti —le avisó a su madre.
- 6-
Se encontraba relajadamente escuchando a Beethoven, cuando oyó la melodía de su móvil. Se apresuró en salir a buscarlo. Rebuscó en su bolso hasta encontrarlo.
—¿Sí? —se le resbalaba de las manos. Lo apretó fuertemente.
—Hola, Mencía. Soy Lola, de la agencia de catering.
—Dime, Lola —se sentó cómodamente en el sofá, cubriendo su cuerpo con una toalla blanca. Decidió poner el “mano libre”.
—¿Te interesa trabajar esta noche?
—¿Esta noche?, ¿De qué se trata?
—Hay que servir una cena en casa de un director de teatro. Creo que celebra su próximo estreno teatral. Pensé que podías...
—¡Sí! Quiero decir que... Acepto, por supuesto —dijo sin pensárselo dos veces. Vio una luz en su particular túnel oscuro y no quiso desaprovecharla.
—Sabía que no me fallarías —respondió Lola, satisfecha.
—¿Cuál es la dirección donde tengo que dirigirme? —Mencía apuntó en una libreta la dirección que Lola le dio.
—Recuerda que tienes que llegar al menos una hora antes para que te indiquen lo que tienes que hacer, y dónde puedes encontrar todo lo que necesites —le advirtió Lola.
—De acuerdo, sin problemas. En Pedralbes una hora antes —colgó. Fue a la cocina para prepararse algo de comer, ya que se le presentaba una noche movidita.

- 7 -
El partido de tenis jugado por Mario y Marga contra Valeria y su madre, terminó con una victoria aplastante a favor del equipo compuesto totalmente por féminas. Para colmo, Mario fue lesionado por una pelota lanzada por Valeria que hizo diana en las partes bajas de él. Mario sabía que Valeria conocía demasiado bien el deporte del tenis para haber sido sin querer aquel pelotazo. Fue el comienzo de la venganza de Valeria por lo ocurrido aquella mañana en el apartamento de él.
—En el próximo partido que tenga que disputar con las Ortiz, no serás tú mi compañero de partido —refunfuñaba Marga en el Maserati de su hijo mientras iban camino a casa—. No me puedo creer que aquellas dos estúpidas nos hayan ganado en tres sets seguidos. Que sepas que es tu culpa.
—Pero mamá, ¿cómo dices eso?
—Mientras tú tonteabas con la camarera del club, Valeria me explicó lo ocurrido esta mañana en tu apartamento.
—Esa bocaza —dio un volantazo Mario.
—Y tú eres tonto como dejes escapar a esa jovencita.
—Mamá, ¿a quién quieres engañar? Sabes que Valeria va a heredar un imperio y tú solo la quieres de nuera por su dinero.
—¿Cómo te atreves a pensar eso de mí? —se ofendió al verse descubierta por su hijo.
—Nunca la has tragado y ahora de pronto te da lástima de ella.
—Está bien, puede que tengas razón. Yo sólo quiero tu bien... Debes saber que tienes que compartir tu vida con alguien de tu nivel y Valeria es perfecta para ti.
—Te lo he dicho mil veces. Sólo me casaré cuando esté enamorado, y de Valeria no estoy enamorado. Además mi relación con ella es un mero capricho, tanto para ella como para mí.
—Ella te quiere, Mario. Te quiere con toda su alma.
—Pero yo a ella no la quiero, y ahora por favor, cambiemos de tema... ¿Qué hay de cena? —la ironía se le daba muy bien a Mario.
—Esta bien, hacemos un paréntesis, pero este tema hay que tratarlo con detenimiento... Por cierto, esta noche tenemos una fiesta en casa para celebrar el éxito de tu padre en el teatro.
—Por cierto —miró a su madre sorprendido—, no voy.
—¿Qué acabas de decir? —se enfadó Marga.
—Tú no me avisas, yo hago mis planes. Como comprenderás no voy a cambiarlos por una fiesta de papá.
—Tú esta noche estarás con tu mejor sonrisa en la fiesta de papá. Te guste o no te guste participar en ese circo de hipócritas de la farándula—su tono de voz no permitía replica—. Sino, atente a las consecuencias.
Mario enmudeció y condujo en silencio hasta llegar a casa pensando, en la excusa que podía dar para no ir a la fiesta de su padre (y que ello no supusiera el hecho de ser desterrado de la gran fortuna de su madre, ya que era ella la que manejaba todo el dinero, y la que producía las obras de teatro de su marido con la fortuna que le habían dejado sus padres al morir)
Una fortuna bastante jugosa, ya que los padres de Marga habían sido médicos reconocidos en todo el mundo y siempre habían estado vinculados con la alta sociedad burguesa barcelonesa.
Marga estudió siempre en los mejores colegios. Una vez en la universidad conoció al padre de Mario y se hicieron buenos amigos. Marga acabó su carrera de medicina en Inglaterra y cuando volvió a Barcelona comenzó una relación sentimental con su actual marido. Relación que sus padres no vieron bien, pero tuvieron que aceptar regañadientes.
Al casarse, Marga dejó de ejercer la medicina, y se dedicó por entero a su familia y a vivir de la fortuna de la cual era la primera heredera. Se dio y se seguía dando todos los caprichos que le apetecía. Viajes, joyas, compras de variadas obras de arte. Su vida, a ojos de la gente de fuera de su círculo más privado, era casi perfecta; Pero la realidad era muy distinta. Desde hacía ya unos años, su fortuna había ido a pique por no saber administrar sus bienes con inteligencia. Su matrimonio se había convertido en un infierno continuo, ya que las infidelidades por parte de ambos estaban a la orden del día.
Así que decidieron vivir en el mismo techo, y ejercer como matrimonio perfecto dada su compleja e importante vida social. Pero por las noches cada uno se iba a una habitación independiente a dormir solos o acompañados.

- 8 -
Mencía salió de casa en dirección al lugar del trabajo de catering que le había ofrecido Lola.
—Buenas tardes, Mencía —le saludó una anciana con cara de pocos amigos, vestida de negro riguroso. Se trataba de Doña María, la portera del
edificio. Una mujer que sabía (o se enteraba) de todo lo que pasaba en el bloque. Se había quedado viuda muy joven y sus dos hijos venían a visitarla en muy pocas ocasiones.
—Buenas tardes, Sra. María.
Mencía le hablaba por lastima, pues nadie en el vecindario le dirigía ya la palabra a una mujer que difamaba a menudo.
—¡Qué! ¿Ya salimos a divertirnos?
—No, no —rió—, voy a trabajar formando parte de un catering que va a servir un cóctel en casa de un director de teatro.
—Quieres decir que te vas de camarera.
—Sí, eso mismo. Y ahora, si me disculpa, me marchó porque no quiero llegar tarde. Si quiere, mañana puede subir a casa y seguimos charlando.
—Allí estaré a las once. ¿Te va bien?
—Claro.
—Entonces mañana te contaré quién es el último inquilino que ha entrado en el bloque. Un pelana que dice ser músico...
—Mañana me lo explica con mas calma —le dio una palmada en la espalda y se fue como alma que lleva el diablo.

- 9-
Mario reposaba en su mullido sofá, hablando acaramelado por su móvil de última generación, con Valeria cuando llegó su padre con su séquito de asistentes tras él.
—Recuerda, Matías, que mañana tienes que almorzar con el actor protagonista de tu última obra.
—Cómo se llama... —chasqueó los dedos.
La secretaria buscó en un montón de papeles que llevaba en las manos —Manuel Repica.
—¡¿Qué?! ¡¿Pero qué clase de nombre es ese para un actor?! Es un nombre ridículo. Dile que si quiere trabajar en mi obra tiene que cambiarse
el nombre.
— Recuerda, Matías, que tienes ensayo a las diecisiete horas y veintitrés minutos de la tarde.
Miró de reojo al joven que le estaba hablando en ese momento.
—¿Has dicho veintitrés minutos? Pero, ¡¿Pero que clase de agenda me haces!?—se le empezó a hinchar la vena del cuello—. Querrás decir o veinticinco o treinta minutos.
—Pero es que...
—¡¡Nada!! Incompetentes. Menuda panda de vagos y maleantes tengo a mi lado —se quejaba una y otra vez. Entró en el despacho seguido de los vagos y maleantes. Una vez dentro continuó gritando y protestando, alzando aún más la voz. Siguió así hasta que se marcharon con las orejas hacia abajo creyéndose vagos y maleantes.
Al salir del despacho cambió totalmente de carácter. Irradiaba felicidad por los cuatro costados. Emanaba una tranquilidad que hubiera sido muy difícil de creer cinco minutos atrás.
—¿Qué tal, hijo? —se acercó a Mario.
—Bien sordo con tu discusión de hace un momento.
—Es que si no saco genio no me hacen caso. Se ríen de mí.
—Claro, claro. Lo que tú digas.
—¿Dónde está tu santa madre? —pregunto irónicamente.
—Preparándolo todo para la fiesta de esta noche. Yo estaré un rato y luego me iré, así que si quieres que nos hagamos la foto de familia feliz que no somos, tendrá que ser lo más pronto posible.
—Hijo mío —lo miró a los ojos—, que capullo eres —se levantó del sofá y se encerró en su despacho.
—Yo también te quiero, papi —se burló Mario. Siguió hablando con Valeria a través del móvil.


- 10 -
Mencía llegó a la dirección que le había dado Lola. Se encontró delante de una gran verja gris, con una cámara de seguridad al lado que seguía todos sus movimientos. A través de la verja se veían los jardines que encaminaban hacia la casa, que no se veía desde allí debido a que la ocultaban
unos frondosos árboles colocados estratégicamente.
Mencía saludó a la cámara y esto hizo que no tuviera que llamar al timbre. De inmediato se abrió la verja dándole paso a los jardines. En cuanto ella cruzó la verja, ésta se cerró.
Mientras iba caminando a través del jardín, se fijó en la cancha de tenis que había en un lado. Al otro había una gran piscina donde el agua se
mecía de un lado a otro. A Mencía le apeteció en ese momento quitarse la ropa y sumergirse en aquella piscina azul para despúes acomodarse en las tumbonas que la bordeaban, y por último dormir en el bungalow que vio de pasada.
Llegó a la puerta de roble. No le hizo falta picar. Un señor elegantemente vestido le abrió. Ese hecho hizo esbozar una sonrisa a Mencía.
—¿Es usted la camarera que falta, supongo? —dijo en tono arrogante.
—Pues, no lo sé —Mencía se ofendió—. Supongo que sí.
Se dirigieron a la cocina y allí el chef le dio una cofia blanca, un vestido negro, un delantal blanco y unos zapatos negros planos.
—Esto es muy feo —pensó al verlo—. ¿Dónde me puedo cambiar?
—Al fondo del pasillo encontrará un baño —le dijo.
Mencía marchó por el largo pasillo hasta encontrarse en el salón donde los chicos del bufet trabajaban organizando las mesas. Siguió el pasillo hasta encontrarse con un cuarto de baño que estaba al fondo.
Se trataba de un aseo inmaculado, impecable. No le faltaba detalle y todo hacía juego con todo. Mencía sintió envidia. Ella se tenía que conformar con un baño de treinta metros cuadrados decorado por Ikea.
A las once de la noche el salón de la casa estaba repleto de famosos; actores, actrices, directores, fotógrafos de prensa. Todos brindando y charlando de un lado para otro. Mencía iba y venía con bandejas de canapés ofreciéndoles a los invitados. De pronto, vio a Matías rodeado de personalidades. Pensó en acercarse y explicarle que aquella misma mañana había estado realizando una prueba para él, pero solo fue un pensamiento que no hizo realidad. Se marchaba hacia la cocina, cuando perdió el equilibrio tropezándose con sus propios pies, con tan mala fortuna que los canapés cayeron al vestido de una invitada.
—¡Dios, qué mujer! —Valeria se limpiaba el vestido manchado, con las manos.
—¡Lo siento, lo siento! —le limpiaba Mencía con una servilleta las manchas del carísimo vestido.
—Pero, ¿acaso estás ciega, idiota? —le dio un fuerte empujón.
—¡Cómo se puede ser tan torpe! Si eres tan torpe que no sabes llevar ni una bandeja de canapés, ¿qué hace aquí una persona tan mugrienta como tú? —la
volvió a empujar dejándola caer al suelo. Mencía comenzó a recoger los canapés del suelo, sin decirle nada a Valeria que la estaba humillando bajo las atentas miradas de los invitados de la fiesta.
—¿Qué pasa estúpida no tienes lengua? Que sepas que ahora me tendrás que comprar otro vestido igual, y no creo que te llegue con la miseria que te van a pagar aquí, idiota.
Mencía dejó de limpiar el suelo para mirar a Valeria a los ojos.
—¿Qué me has llamado, pija remilgada?
—¡Encima me insulta! ¿Cómo te atreves a encararte conmigo?, ¡Idiota! —se ofendió Valeria. En ese momento, llegó Mario—. Por favor, cariño, hecha a esta “mugrosa” de tu casa, pero eso sí, muy importante, tienes que hacerlo por la puerta de servicio ya que no se merece otra cosa. Mira cómo me a puesto la estúpida inepta —señalo el vestido.
—Se acabó, ¡ya no me insultas más! —se echó sobre ella cogiéndola por los pelos.
Llegó el mayodormo para ayudar a Mario a separar a las dos señoritas que en aquel momento parecían fieras. Mencía no soltaba a Valeria.
Con el revuelo que armaron, los invitados prestaron más atención a la pelea, que a los anfitriones, que en ese momento se disponían a dar un discurso. Cuando consiguieron separarlas, Sebastián se llevo a Mencía a la cocina, le tiró la ropa y le dijo que se marchara y que no cobraría nada por esa noche.
Mencía salió rabiosa de aquella casa lujosa, sintiéndose humillada sin razón. Caminaba por el jardín cuando una voz la hizo detenerse.
—No podía dejar que te marcharas sin pedirte disculpas en representación mía y de mi familia. Perdona a Valeria por su comportamiento...
—No creo que seas tú el apropiado para pedir disculpas por nadie. Debería ser ella la que estuviera aquí —se quitó la cofia.
—¿Qué me quieres decir con eso? —Mario estaba contrariado.
—Es ella quien debe excusarse —siguió andando dejando a Mario atrás.
—Espera —le dijo—. Toma esto —le dio el dinero que le correspondía por su trabajo—. He oído a mi mayordomo y creo que no es justo.
—Quédeselo para la tintorería de la pija —se lo devolvió. Atravesó la verja dejando a Mario sorprendido, embelesado por su belleza. Una belleza como pocas veces había visto, añadida a una inteligencia sublime. Necesitaba urgentemente saber algo más sobre ella.
—¿Cuál es tu nombre?, Dímelo —gritó desde la distancia sin recibir respuesta alguna—. Averiguaré tu nombre, no lo dudes.
—¿¡Se puede saber que hacías hablando con esa!? —llegó corriendo Valeria sofocada al ver a su novio con la camarera.
Mario la miró y sin decir nada regresó a la casa, dejando a Valeria sola en la oscuridad de la noche con su rostro iluminado por los farolillos que parecían flotar en medio del negro jardín.
Valeria se moría de celos cada vez que Mario hablaba o se acercaba a una mujer bella.
No podía evitarlo: los celos se la comían poco a poco. No quería perderlo. Jamás se le había resistido un hombre, y éste no iba a ser el primero.
-11 -
El insistente ruido del timbre aporreando sus oídos despertó a Mencía de buena mañana. Se levantó echando chispas. Corrió a la puerta a darle dos tortas al insensato o insensata que no dejaba de tocar el timbre hasta que no lo quemara. Abrió la puerta.
—¿¡Qué le pasa ahora, Doña María!? —no se lo podía creer— ¿Por qué viene a despertarme? ¿Tan mal le caigo? Pero, ¿qué le hecho?
—¿Se puede saber a que esperas para abrirme? —ignoró a Mencía y entró en el piso llegando hasta el salón y sentándose en una butaca frente al balcón—. Bien, ¿qué has comprado para desayunar?
—¿Cómo? —se llevo las manos a la cabeza— ¿Qué he comprado para el desayuno? ¡Si me acaba de despertar!
—No recuerdas, ¿verdad?... Lo sabía —dijo malhumorada.
—¡Cielos! Ayer le dije que viniera a desayunar, ¿verdad?
—Así es. ¿Acaso te piensas que si no fuera así, estaría yo aquí? Pues te equivocas, jovencita —dijo girando la cabeza hacia el lado contrario de donde se encontraba Mencía.
—Si es así, ¿qué le apetece desayunar? Perdóneme, doña María, disculpe mi enfado, no puse el despertador y he pasado una mala noche... Le puedo ofrecer chocolate, magdalenas, galletas, tostadas, ¿qué me dice?
—La verdad es que el desayuno es la comida más fuerte que hago, así que sírveme de todo cuanto tengas y ya iré picando.
Mencía no creía lo que oía y veía. Tenía sentada en su casa a una vieja gruñona que desayunaría en una sola mañana lo que ella disponía para una semana.
—Maldita la hora que le dije que viniera —pensó mientras se alejaba hacia el baño a lavarse la cara y quitarse el pijama. Se vistió con un chándal rojo y se peinó con una coleta.
Al llegar al salón, Doña María se había ido a la cocina a preparar el desayuno.
—¿Se puede saber que hace aquí? —entró en la cocina. Cogió a la vecina por los hombros y se la llevo al salón sentándola en el sofá —. Quédese aquí quietecita—. Le puso la tele para que se entretuviera—. Ahora vengo con el desayuno. Volvió a la cocina, preparó el desayuno lo más rápido posible y regresó al salón con Doña María.
María disfrutaba con los programas de corazón de la televisión. Conocía todos los personajes de la prensa rosa de España.
—Espero que le guste —sonrió depositando la bandeja sobre la mesa. Cuando se quiso dar cuenta, la abuela ya se lo había comido todo.
—Estaba todo muy rico, Mencía, aunque encontré el chocolate un poco espeso para mi gusto.
—Lo tendré en cuenta para otro día. Ahora tendrá cosas que hacer, así que no le molesto más —se levantó para acompañarla a la puerta—. Lo entiendo perfectamente.
—¡Qué dices, niña! Yo lo tengo todo hecho, de modo que puedo pasar toda la mañana contigo. ¡No hay problema!
—Vaya, qué alegría me da —dijo sarcásticamente. No le agradaba que esa mujer la entretuviera durante tanto tiempo—. Pero yo tengo varias cosas que hacer esta mañana, así que...
—Así que no me aguantas más y me echas.
—No, no, no se confunda, pero...
—Todo el mundo me da la espalda. ¡Nadie quiere a una vieja gruñona!
—Bueno, lo que tengo que hacer no me corre prisa —se sentó para escuchar a la vecina.
—Entonces tienes tiempo para que te cuente una cosa —le cogió las manos entre las suyas.
—Dígame —le presto atención.
—¿Sabes quien a alquilado el piso que esta arriba de este? —le preguntó misteriosa—. Justo en el que no vivía nadie desde hace años...
—La verdad es que no me interesa demasiado por que... —la mirada de la vecina la hizo callar—. No, seguro que usted sabe quien vive allí.
—Un pelana, un niñato con muy malas pintas. Lo vi el otro día bajar por el ascensor y casi me da un infarto. Me miró de una forma que me hizo pensar que me iba a robar en el rellano mismo. ¡Hija mía!, si te tropiezas con él, apártate de su camino, por si acaso.
—Doña María, es usted un poco exagerada —se rió—. Además, si me lo encuentro, no voy a saber quien es. No lo he visto todavía.
—Es fácil de reconocer, ya que lleva el pelo largo lleno de rastas. Parece una fregona. También luce agujeros en la nariz, en una ceja y en la barbilla. ¡Un horror!
—Querrá decir piercings. Es un chico moderno y actual. La juventud de hoy en día, todos llevan alguno.
—Entonces tú no eres moderna y actual, porque yo no te veo “percings” de esos por ningún lado —la escrutó de arriba abajo.
—Es que yo los llevo ocultos. Sólo me lo ve el que llega a lo más íntimo de mí —sonrió. Sabía que a Doña María esas bromas no le gustaban.
—¿Quiere verlos?
—Me voy, tengo cosas que hacer. Hasta otro día. —se levantó y se marchó deprisa de casa de Mencía.
Al marcharse la vecina, Mencía aprovechó para llamar a Lola y explicarle lo ocurrido la noche anterior en el catering. Lola le dijo que no hacía falta que le diera explicaciones, pues sabía que no era culpa suya. Le contó que le había telefoneado un tal Mario contándole detalladamente lo sucedido y haciéndole saber que Mencía no era responsable de lo ocurrido y que no tenía nada que ver con el infortunado incidente.
¿Mario? ¿Quién era ese tal Mario? Mencía se quedó sin saber qué decir. Colgó sin más, tanta era su perplejidad. Qué intriga... ¿Sería aquel chico tan guapo y educado que vio al final de la noche? No sabía por qué lo había hecho, pero si algún día lo volvía a saber de él, le daría las gracias personalmente. Así que si el asunto aquél estaba arreglado, en el día de hoy se iba a dedicar a relajarse en su casa. Pero al volver a oír tocar el timbre de una forma descomunal supo que no le iba a ser fácil descansar. Reconoció la forma brutal de tocar el timbre.
—¿Qué le pasa ahora, María?
—El pelana lleva un tatuaje que le ocupa parte del pecho.
—Maldición, ¿quiere dejar en paz al vecino? No lo vigile más y atienda sus asuntos, se lo pido.
—Yo no tengo la culpa de que lleve la camiseta abierta cuando sale a la calle. Yo estaba tranquilamente barriendo el rellano y él ha pasado por mi lado. Anda, baja conmigo y lo ves... ¡Qué poca vergüenza debe tener!—le cogió la mano y se la llevó a rastras escalera abajo.
—Pero, María no estoy vestida para salir a la calle. No estoy presentable. Además estoy muy ocupada para jugar a los espías con el vecino nuevo...
—¡Pero sí tú eres guapísima hasta recién levantada!
Después de estar una hora en el rellano esperando al vecino rastafari, Mencía se deshizo de su vecina y se subió al piso a darse una ducha.
Se estiró en su bañera y se relajó dejando su mente blanco completamente, dejándose llevar tanto por los aromas de las sales de baño que se durmió en la bañera.
—¿Será posible que no me crea esta niña cuando le digo que el nuevo vecino nos va a dar problemas? —barría la acera cuando vio acercarse hacia ella al vecino rastafari que volvía a casa, y con él trasportaba una bolsa marrón de dimensiones amplias. María agachó la cabeza y siguió barriendo mientras lo miraba de reojo.
—Buenas tardes—le dijo el chico al pasar por su lado entrando en la portería.
—Hola —le contestó sin mover la cabeza. Miró abiertamente hacia el ascensor observando al chico, que entraba en él.
Por el interfono llamó a Mencía, que no contestó porque dormía profundamente en la bañera. Así que decidió subir al piso de su vecina.
Mencía le abrió la puerta vestida con unos jeans y una camiseta de manga corta blanca. Su pelo muy mojado denotaba que acababa de salir del relajante baño.
—¿También la invité a comer y no me acuerdo? —le preguntó burlonamente al volverla a ver en su casa—. ¿Qué ocurre ahora? —Mencía se estaba cansando de que la molestara tanto.
—Es que no tengo sal.
—Yo le doy.
—No, no. Quiero que subas y le pidas sal al chico nuevo, por favor.
—No le encuentro lógica a lo que me pide —estaba agotando su paciencia.
—Sólo quiero que lo veas para que lo tengas en cuenta, y porque le he visto subir una bolsa sospechosa. Por si tienes que ir a denunciarlo a la policía, así podrás dar todos los detalles de su persona.
Esta mujer está loca, loca, pensó mientras María le hablaba y ella no le escuchaba.
—Vamos a ver, si subo, lo conozco y veo lo macarra que es, ¿me dejará en paz durante una semana o más? —ya estaba harta de aquella historia sin sentido.
—No te molestaré en tres días, no sabrás nada de mí. Lo prometo.
—Cinco días —le apunto con el dedo índice—. ¿Estamos de acuerdo?
—De acuerdo, cinco.
Mencía se calzó unas chanclas —¿Y qué excusa me invento para molestar a un desconocido?
—¿No te gusta la de la sal? Yo la uso mucho cuando quiero saber
algo de algún vecino.
—¿Así que cuando me viene a pedir sal es porque quiere saber con quien estoy o lo que hago? —la miró descaradamente pidiéndole una explicación larga y tendida.
—Vamos, sube de una vez —cambió de tema.
—Creo que este asunto me interesa mucho más, ¿no lo cree usted?
—¿Quieres subir de una vez?, o no te dejaré en paz en cinco días como te he dicho. Tú misma —se cruzó de brazos dándole la espalda a Mencía.
—En mi otra vida debí de ser muy mala porque de lo contrario no me explico la cruz que tengo —miró hacia el techo buscando en su imaginación a alguien que no le respondió.
Se disponía a tocar el timbre para que le abrieran la puerta mientras se arrepentía de haberle hecho caso a María. Pero allí estaba, ante la puerta del vecino, esperando (con cierta curiosidad, eso sí) a ver a aquel chico que ponía de los nervios a María. Abrieron muy pronto la puerta. Frente a ella un chico alto, un poco desgarbado pero atractivo, con el pelo peinado en rastas (recogidas en una coleta) y vestido con una camiseta de algodón negra que dejaba ver algo del tatuaje que llevaba en el pecho. Le sonreía. Mencía se fijó en sus jeans tan descoloridos que tenían el aspecto de haber sido recogidos del container de la basura. Ella le siguió haciendo una radiografia completa. Lo que estaba viendo no la dejó indiferente. Él la miraba esperando de ella alguna palabra.
—¿Sí? —le dijo al ver que ella no articulaba palabra ni gestos.
—Vaya, pues no está mal —pensó en voz alta sin darse cuenta que la estaba oyendo.
—¿Perdona? —esbozo una sonrisa, esta vez cautivadora.
—¡Oh no, no, nada! Que tampoco eres tan macarra —empezó a notar como se le subían los colores y quería que la tierra se la tragase—. Tan sólo he venido a darte la bienvenida porque me han dicho que eres nuevo en el edificio —ahora las palabras le fluían sin parar—. Por qué llevas poco tiempo aquí, ¿verdad? Bueno, si necesitas algo, ya sabes, vivo en el edificio, aquí... Bueno, adiós, mucho gusto... —se dio media vuelta pero volvió a él —. Se me olvidaba, ¿tienes un poco de sal? En fin, no, déjalo, no la quiero... —se marchaba antes de volver a meter la pata.
—Espera —dio unos pasos hacia ella.
Mencía se volvió hacia él.
—Si te necesito no sé dónde encontrarte exactamente... —la miró de arriba abajo—.Y sí, tengo sal.
—Estaré debajo de ti, ¡quiero decir! que vivo debajo de tu piso
—sonrió—. No te preocupes por la sal, era una excusa estúpida.
—Lo tendré en cuenta— echó su cabeza hacia atrás soltando una carcajada. Le pilló desprevenido.
Bajó las escaleras de dos en dos y llegó a su casa casi sin aliento. Toda la culpa la tiene Doña María, pensó a darse cuenta del ridículo que había hecho con aquel chico.
Hacía ya tiempo que no se ponía tan nerviosa con alguien del sexo contrario. No le encontraba explicación lógica a aquellos nervios que tenía sin venir al caso. Era la primera vez que lo veía. ¿Se había podido sentir atraída por él en aquel momento? Imposible, se repetía Mencía, aquello era imposible. Los flechazos no existen, pero fue entonces cuando se preguntó:
¿Tan necesitada me encuentro de afecto, para que el primer chico atractivo que se me pone delante por unos segundos despierte en mí unas cosquillas en el estomago que tenga que controlar? La respuesta se la dio ella misma: SÍ, ESTABA MUY NECESITADA DE AMOR. O mejor dicho, de ¿¿SEXO??
Hacía dos años que había roto con una relación de seis años con un compañero de la compañía de teatro donde trabajaba. Desde entonces estaba a dos velas, ya que no se fiaba de ningún chico que se acercara a ella. Todavía intentaba superar el bache que le había supuesto conocer a aquel actor. Al hombre que no la dejaba amar ahora, después de conocerlo a él. No podía desterrar de su mente aquella imagen que aparecía una y otra vez. Su
novio, amigo, amante, compañero de viaje, de disgustos, de alegrías. Todo él retortijando en la cama de ambos con la madre de su mejor amiga.
Una cincuentona atractiva gracias a la cirugía plástica.
Desde aquel día fatídico, cada vez que se acercaba a ella un hombre con cualquier tipo de intención, sentía rechazo, odio, repulsa, asco hacia él. No soportaba a un hombre cerca de ella ni siquiera cuando iba en el metro o autobús. Cuando sentía que un ser humano del sexo contrario se le aproximaba, Mencía se alejaba automáticamente de él.
Pero unos minutos con el chico con rastas aquella tarde cambiaron sus sentimientos de alejamiento por deseos de acercamiento. Así, de repente, de la misma forma que antes había sentido rechazo hacia ellos. Le bastó un segundo para cambiar su actitud.
Salió hacia la calle. Tenía que contarle lo que le había pasado a alguien, y quién mejor para escucharla que su mejor amiga. A estas horas de la tarde debía de estar en su trabajo. En su salón de belleza. Sabía que Laia no se lo iba a creer después de tanto tiempo repudiando a los hombres.
Llegó al salón que se encontraba en el barrio del Raval, unos de los barrios más marginados de Barcelona. En este lugar, el ochenta por ciento de los habitantes son inmigrantes.
Laia estaba cortándole el pelo a una señora cuando Mencía la
abordó con impaciencia —¿Vas a tardar mucho? —estaba nerviosa—. Es que tengo que contarte una cosa. Es muy, muy, muy importante.
—Antes de nada, buenas tardes. Y tranquilízate, ¿vale? —soltó las
tijeras que tenía en su mano, y cogió el secador—. Tardaré el tiempo que sea
necesario, como comprenderás. Siéntate ahí, y lee una revista mientras me esperas. Cuando acabe con la Sra. Marsó estaré contigo.
—Está bien —se sentó y hojeó una revista recién comprada donde se encontró la noticia de la pequeña fiesta del director de teatro que celebró su ultimo éxito en su casa, junto a su mujer y su hijo—. Sólo te diré que creo que me estoy curando.
—¡¡¿¿Qué??!! —dijeron al unísono las dos mujeres, girando sus cabezas hacia donde se había sentado Mencía.
—Vaya, nunca lo hubiera dicho. Con lo mona que eres y enganchada a la droga... —apuntó Marsó.
—¿Yo, drogadicta? —empezó a reír—. La única droga que he visto en mi vida es el tabaco. Sé que no me cree, señora, pero es verdad... Hablaba de otra... dolencia.
—Claro que no te creo jovencita —volvió a la posición inicial que tenía antes de volverse hacia Mencía—. A mí pretendes engañarme, ¡Ja! Eres una porrera, entonces.
—¡Pero oiga! —se enojó Mencía.
—Creo, Sra. Marsó que le a quedado genial este look. Qué le parece... Son veinte euros.
—Pero si todavía lo tengo húmedo.
—Es que ahora se lleva así —la levantó de la silla y prácticamente la echó del salón de belleza.
Laia colgó el cartel de cerrado en la puerta y bajó un poco la persiana.
—A ver, cuéntame eso de que crees que te has curado —se sentó a su lado.
—Creo que hoy he progresado en mis relaciones con los hombres. He visto a uno atractivo.
—¡No! —dijo incrédula—. Debe ser la ostia de guapo.
—Al contrario. No es un hombre demasiado guapo. Es normalito.
—¿Es feo? ¡Vamos! Descríbemelo.
—Tiene el pelo castaño lleno de rastas, es delgado, metro setenta y siete, ojos marrones y viste tipo grunge.
—No puede ser. Para nada es tu tipo de hombre. Tú siempre has salido con hombres súper guapos, vistiendo a la última. Con chicos que parecían sacados de los anuncios de la tele. En el fondo, hombres superficiales. ¿Acaso de éste te ha seducido su forma de hablar? Debe ser eso ¿no?
—No, apenas he hablado con él dos minutos.
—¿Me estás diciendo que un tío con pintas de vivir por este barrio te ha llegado a seducir en menos de dos minutos, cuando llevas un par de
años sin poder ver a ninguno? ¡Es más! Tu odiabas a los pintas antes de todo
aquello y ahora... ¡Chica! Ese tío debe ser un santo que ha venido a curarte porque esto es un milagro o... ¡Un flechazo por tu parte!.
—Creo —hizo una pausa—, que es un milagro porque yo no creo en los flechazos. Los flechazos no existen en realidad... Por cierto, ¿has hablado con tu madre?
—¿Qué madre? La mía murió hace dos años —se levantó y se fue a la pica a lavar unos pinceles de tinte—, junto a tu ex-novio.
—Anda, deja eso y vamos a comer algo, invito yo.
Entraron en un restaurante que estaba a pocos metros del salón de Laia. Se sentaron en una mesa al lado de unas grandes ventanas que daban a la calle y por donde se veían pasar a los viandantes.
—¿Y que más me puedes contar del santo?
—Poco más, porque no sé apenas nada de él. Bueno, sí, es músico. Lo sé por la portera.
—¿Músico? Vaya, lo tuyo es el mundo del “artisteo”.
—Fue increíble. Al verlo enfrente de mí sentí unas cosquillas en el estómago que hacía tiempo no sentía.
—Eso no es normal, si lo acabas de conocer—le dijo con picardía.
—¿Y dices que no es un flechazo?
—Te aseguro que no es un flechazo. Me ha ocurrido por la novedad. Estoy segura que lo vuelvo a ver y no tengo cosquillas — en ese momento llegó el camarero.
—¿Qué novedad? No te engañes, eres víctima de un flechazo. ¡Esta clarísimo! —admiró cómo el camarero servía la mesa.
—No digas más bobadas. No creo en esas tonterías de los flechazos—. Seguramente lo vuelva a ver porque es mi nuevo vecino y te aseguro que no sentiré esas cosquillas otra vez.
—Te apuesto que lo verás y volverás a sentir esas cosquillas.
—De acuerdo. Cuando lo vea, te llamaré seguidamente para decirte que no he sentido nada en el estómago y que estás equivocada.

- 12 -
—Buenos días —saludó Mario a Doña María que barría las escaleras.
—Buenos... días... —se quedó sin palabras al ver a aquel mozo tan guapo y apuesto mirándola—. ¿Le puedo ayudar en algo, joven?
—Espero que sí, simpática mujer. ¿Me a dicho una amiga, Lola, que aquí vive una joven llamada Mencía Bernal? ¿Es cierto eso?
—Pues estoy ya un poco mayor y la memoria me empieza a fallar.
—Bien, entonces si me permite lo miraré en los buzones —se acercó a ellos.
—Hace años que no se cambian los cartelitos con los nombres, porque al cabo de los meses pasan muchos inquilinos por aquí y no se molestan ni en poner sus nombres en los buzones.
—Entonces no le importará que mire —sus ojos recorrían los buzones uno por uno sin encontrar lo que buscaba.
—Mencía vive en este bloque —se puso delante de él—. Pero el piso...
—¡Oh! Entiendo... Espero que esto le haga recordar —sacó una elegante billetera de piel, la abrió, cogió un billete de cincuenta euros y se lo dio a María.
María lo cogió, lo contempló, lo miró a contraluz, alzó la vista hacia Mario y , sonriéndole maliciosamente, le dijo—. Vive en el primer piso, y en la primera puerta, pero ahora mismo no está ahí. Salió sobre las dos de la tarde a la calle y aún no ha vuelto.
—Veo que su memoria ha mejorado bastante.
—Y puede mejorar más —puso la mano extendida.
—Claro —Mario le dio un apretón de mano y se marchó, pero antes le dedicó unas palabras a la portera —Me ha sido de gran ayuda, gracias.
A lo que María le contestó :
—Vuelva cuando quiera, joven, le espero— le sonrió, pensando en realidad que había sido muy tacaño dándole sólo cincuenta euros. Se preguntaba que relación podía mantener aquel guapo joven con Mencía.

- 13 -
—Sebastián —llegó a casa Mario—. Creo que me he enamorado —se sirvió un gintonic. Se tumbo en el sofá—. Pero esta vez es en serio.
Sólo le diré que es la décima vez esta semana que me dice que esta enamorado —le bajo los pies del sofá—. Le preguntaría quien es la afortunada pero entiendo que no me lo querrá decir. Además, como buen mayordomo que soy, no soy chismoso.
—Mencía Bernal —se le iluminaron los ojos y una alegría le invadió el rostro.
Sebastián se percató de esa alegría —Señoriíto, esa tal Mencía debe ser de una muy buena familia por la alegría que se refleja en su cara. Seguro que a su madre le encanta.
—Es actriz. He sabido que estuvo haciendo la prueba para la última obra de teatro de papá —su iluminada mirada fue dirigida a Sebastián—. Es la chica del catering.
—No le entiendo señor —susurro—. Hubo muchas chicas en el catering de la fiesta de su padre.
—Sí, pero ninguna con el carácter fuerte de ella y ese cuerpo de diosa griega.
—¿La chica que fue despedida por el incidente con la señorita Valeria?
—Esa misma.
—Bien, bien, sólo espero que la Srta. Valeria no se haya enterado de lo que acaba de contarme— se fue a la cocina al ver que la puerta de la biblioteca se abría.
Valeria salió con Marga de la biblioteca y se encontraron a Mario en el salón.
—Hola, cariño —besó Valeria a Mario—. Tu madre ha decidido que me quede a cenar esta noche aquí, con vosotros. ¿Te parece bien o tenías otros planes?

—Estupendo —miró de reojo a su madre que lo miraba fijamente.
—Me parece muy buena idea —le cogió la mano.
—Valeria, cariño, ¿por qué no vas a recoger unas rosas para el centro de mesa? El jardinero está todavía podando los setos de la entrada. Elige las que más te gusten...
—¿Ahora? No me apetece.
La mirada fría de Marga le hizo cambiar de opinión. Cuando Valeria se marchó al jardín, Marga se acerco a su hijo sentándose en el sofá.
—Espero que esa tal Mencía no cause problemas en tu relación con Valeria.
—¿De qué hablas? —Mario intentó disimular su sorpresa.
—Te he oído hablar con Sebastián y sé que esa Mencía es la chica
que hizo que anoche volvieras del jardín con una sonrisa en la cara. ¿Acaso
piensas que no te vi? Encima, seguro que has ido a verla esta tarde a escondidas de Valeria...
—Te estás montado tú sola una película —se levantó enfurecido por ser descubierto por su madre. Aunque él no lo quisiera reconocer, Marga lo conocía perfectamente.
—Al llegar a casa, Valeria me dijo que estabas en el bufete trabajando y que hoy no podrías quedar para verla porque tenías mucho trabajo acumulado. Sabemos tú y yo que esta mañana has cerrado el bufete por reformas durante una semana.
Se hizo un silencio. Madre e hijo cruzaron miradas desafiándose mutuamente a no caer ninguno de los dos de su “burro”.
—¿Qué hace Valeria en casa? —se liberó Mario sirviéndose otro Gintonic.
—Es normal que este aquí. Tú no podías ir a verla por el trabajo que tienes en el bufete, así que como buena novia que es, ha venido a verte ella a ti —la ironía era visible—. Me pregunto si habrá ido a buscarte al bufete antes de llegarse aquí. Por cierto, si yo he oído tu conversación con el mayordomo, ¿ella también la habrá oído? —se levantó—. Hijo, creo que Valeria es más lista de lo que tú crees.
—¿Os gustan? —llegó la “inocente” Valeria con rosas rojas y blancas para el centro de mesa.
—Son preciosas —Marga las cogió en una mano y con la otra se agarró al brazo de su nuera—. Vamos, querida, buscaremos un bonito jarrón para estas rosas, y así, cuando llegue mi marido, estaremos todos listos para comenzar a cenar —se dirigieron a la cocina.
Mario se quedó solo en la estancia pensando, meditando, reflexionando en todo lo que su santa madre le había dicho. Él había creído que controlaba totalmente su relación con Valeria, pero ahora empezaba a tener serias dudas sobre eso. Aquella relación no tenía futuro; era una relación que se basaba en la codicia del tener más y más dinero.

- 14 -
Subía escalera arriba recordando la conversación que aquella tarde había mantenido con su amiga Laia sobre el cambio de actitud tan repentina y positiva sobre los hombres. Mencía suponía que al igual que pasó de la pasión al odio, ahora había pasado del odio a querer acercarse a ellos, o, mejor dicho, de momento a uno de ellos. De pronto, como todo pasa en esta vida. En un minuto puedes cambiar de opinión un millón de veces. Y más ella, que era la indecisión personificada.
Se disponía abrir la puerta de su piso cuando oyó un ruido bastante fuerte en el piso de arriba. Miró hacia arriba por el hueco de las escaleras. Tomó la decisión de subir sigilosamente las siguientes escaleras. Al llegar al rellano de donde provenía el ruido dejó de oírlo. Se hizo un silencio absoluto, así que Mencía desistió y volvió a bajar a su rellano quedándose con la curiosidad de saber que había sido aquel ruido tan rotundo. Al llegar a su puerta, se encontró a Doña María con los brazos cruzados apoyada en la puerta, esperándola.
—¿Se puede saber que haces ahí arriba? ¿Espiando a alguien?
—Y usted, ¿qué hace a las diez de la noche esperándome en mi puerta? —se sintió incómoda frente a su portera. Abrió la puerta y María entró sin pedirle permiso a Mencía—. ¡Oiga!, quiero cenar y acostarme pronto, así que por favor...
—¡Claro, claro!, por eso después estás hasta las cinco de la madrugada enganchada en el ordenador en tu estudio.
Mencía no daba crédito a lo que había escuchado. Se quedó atónita, perpleja al saber que María la vigilaba las veinticuatro horas del día. Sabía todo lo que hacía en todo momento.
—Bueno, esto ya se pasa de castaño a oscuro. Ya es lo último que me faltaba por oír. ¡Que sepa usted mejor que yo, lo que yo hago! ¡Sabe lo que hago dentro de mi casa! Encuentro que esto es lo último que... No se lo puedo permitir —le gritó Mencía.
María la miraba sin inmutarse.
—Querida —la ironía brilla por sí misma en esa palabra—, yo no tengo la culpa de no tener un sueño profundo. Me despierto enseguida con el mínimo ruido. Y si ese ruido lo producen unas teclas de ordenador que no paran de sonar, y además le agregas el resplandor de una lámpara...
—¡Pero si es una lámpara pequeña de escritorio!—se encontró dando unas explicaciones que no tenía por qué dar a la portera.
—Te recuerdo que tu ventana da al patio de luces.
—¿Y que me quiere decir con eso? —perdía la paciencia poco a poco. Sentía como le sudaban las manos de los nervios.
—Pues que mi ventana, está justo debajo de la tuya y da al patio de luces también. Y que yo duermo en esa habitación, y con el calor que hace
tengo la ventana abierta de par en par todo el día. Así que el reflejo de la
pantalla de tu ordenador y la lámpara que enciendes reflejan en la pared de enfrente, rebotando en mi ventana. Así que ahora aprovecho para decirte que no me dejas dormir.
—Ya no le aguanto más —abrió la puerta—. Váyase a dormir a su casa antes de que cometa un crimen. Por favor, deje a los demás vivir en paz sin meter sus narices en sus vidas.
—Está bien, me marchó, pero ya no te cuento que ha venido esta tarde un chico muy apañado preguntando por ti —se marchó escalera abajo.
Mencía no le hizo caso. Como María la había puesto de los nervios y se marchó a tomar otro baño a ver si se relajaba un poco. Se tumbó en la bañera, cerró los ojos y se dejó llevar por los suaves movimientos del agua sobre su escultural cuerpo lleno de espuma. Estaba tan a gusto dentro del agua que se volvió a dormir, ya que el calor que hacía fuera era insoportable. Estaba siendo un mes de agosto de lo más caluroso que se recordaba. La melodía del móvil no dejaba de avisarle que ya eran las once de la mañana de un espléndido sábado. Pero él seguía tirado en el suelo de la habitación roncando sin advertir el sonido del móvil. De pronto, el despertador dejó de sonar y fue cuando Raimon se giró hacia la mesita para alcanzarlo. Se lo acercó a sus ojos, aún pegados por las alegres lagañas que todo ser humano tenemos al levantarnos. Le costó, pero por fin se puso de pie. Se estaba desperezando agacho su cabeza pa ver su torso. Se dio cuenta de que su madre tenía razón. Recordó una conversación con ella sobre su cuerpo escuálido con su metro setenta y siete de altura. Como todas las madres de regaño por su delgadez, además de recordarle la vida bohemia que llevaba:
Antes de irse de casa le prometió que comería más y se cuidaría. La última vez que le vio (hacía dos semanas) le dijo que se le veía un cuerpo escuálido y delgaducho. Le regañó por el ritmo de su ajetreada vida. Se rió recordándolo. Madre, sólo hay una.
Marchó a la cocina a prepararse un café cuando picaron al timbre.
Raimon lanzó un bostezo dirigiéndose a la puerta.
—¿Sí?
—¡Oh, dios mío, tápese! —María se tapaba los ojos con las dos manos escandalizada por el desnudo integral que le mostraba el vecino.
—¿Cómo? —se miró a sí mismo—. ¡Oh, sí, perdone! Es que me acabo de levantar —se dirigió a su habitación. Alcanzó unos jeans descoloridos que tenía en el armario. Se los puso y volvió a la puerta donde María lo esperaba nerviosa y con el rostro desencajado y rojo de la vergüenza que estaba pasando.
—Pues, pues sólo he venido a avisarle —se volvió a tapar los ojos con las manos—, de que no hay agua caliente porque se ha roto una tubería del edificio y en estos momentos la están arreglando.
—¿Y hasta cuando estaremos sin agua caliente en el edificio? Por cierto, ya se puede quitar las manos de los ojos, estoy visible y presentable —sonrió a María con una mezcla de amabilidad y condescendencia.
—De acuerdo... ¡Ahhh! —pegó un grito—. No se ha vestido del todo. Le estoy viendo su torso desnudo y ese tatuaje que usted lleva en el pecho —su expresión facial era de asco.
—Vaya, lamento que no le guste mi tatuaje. Y bien, ya me ha hecho saber lo del agua, de modo que... adiós —cerró la puerta en las narices de la portera —Qué pesada es esta mujer—. Pensó. —Creo que le gusto—. Raimon se duchó al final con agua fría dando unos gritos superiores a lo de María al verlo desnudo —. ¡Dios, qué frío hace!—salió de la ducha tiritando. Se secó con una toalla blanca. Rodeo su cintura con ella mientras se afeitaba. Se vistió con los jeans desgastados. Una casaca negra de estilo hippy, calzándose unas chanclas playeras negras. Se recogió las rastas con una goma en una coleta. Cogió su funda marrón de guitarra y salió a la calle.
Raimon hizo lo que solía hacer cada mañana: presentarse en todos los pubs de la ciudad donde le dejaran expresarse con su guitarra y sus pensamientos libres hechos canciones. Después de estar dos horas sin suerte, entró desesperado en el ultimo que le quedaban aquella mañana: Tuvo suerte porque el dueño se intereso por él. Le ofrecieron actuar dos noches. Y si el público seguía viniendo a verle repetiría otra noche (y así hacerle una clientela al dueño) Aquel local estaba en el centro de Barcelona. Abrían los jueves y no paraban de servir copas hasta el domingo. Después de aquella alegría le entró hambre. Se dio cuenta que eran las tres de la tarde. Bajó Las Ramblas hasta toparse con una callejuela que daba al barrio del Raval. Siguió caminando, pero al darse cuenta de que estaba un poco perdido, entró a preguntar en una peluquería que quedaba cerca.
—Disculpen, sabrían decirme dónde puedo encontrar un lugar donde se coma bien y barato...
—Aquí mismo hay un Restaurante. Lo identificarás porque tiene grandes ventanales que dan a la calle. Es inconfundible.
—¡Laia! No hables tanto y sígueme peinando. Si no te interrumpe tu amiga, lo hace un chico rastafari. Luego me dejas el pelo húmedo y me resfrío sin remedio.
—Gracias —se alejó hacia el restaurante que la chica de la peluquería le había indicado. Que por cierto le había parecido muy maja.



- 15 -
Mencía se levantó temprano, pues tenía una prueba para una obra de teatro de una pequeña compañía del barrio. En realidad necesitaban figurantes. No era precisamente lo que ella buscaba, pero si la cogían ya podía despreocuparse de cómo pagar el alquiler del piso al dueño del inmueble aquel mes. Se disponía a desayunar cuando picaron a la puerta con fuerza. Mencía se asustó, así que fue corriendo, todavía en pijama, a abrir pensando que pasaba algo grave.
—¿Cómo puedes estar así todavía? Te pareces al vecino rastafari. ¡Venga, venga! Vístete que tienes al chico que te conviene abajo.
Mencía no alcanzaba a comprender la situación que esta viviendo. Para ella era una situación surrealista.
—María, es muy temprano para que venga a tocarme lo que no se me debe de tocar, si no quiere que me enfadare con usted déjeme desayunar tranquila. Estoy un poco harta de que ande siempre molestándome.
—¡Vamos, vamos! Déjate de tonterías —las palabras de Mencía para ella no tenían la mínima importancia. Sabía que, en el fondo, la apreciaba.
—Vístete y no le hagas esperar —entró en el dormitorio, abrió el armario y comenzó a sacarle la ropa, revolucionándoselo todo.
—¿Puede aclararme quién me está esperando? —cerró la puerta del armario con un manotazo.
—Dice que se llama Mario y que te conoce —se volvió hacia ella.
—Mario, Mario... —pensó en voz alta y llego a la conclusión.
—Pues no, no lo conozco. Baje y dígale que no le tome el pelo.
—Esta bien, tú misma —se dirigió a la puerta mientras Mencía ordenaba el destrozo que le había hecho en su habitación.
—Mencía, hija, ¿puedes venir un momento? Es que he abierto la puerta para marcharme y me encontrado con alguien.
—¡Qué, qué, qué! —salió de la habitación—. ¡Oh, vaya, hola! —se quedó perpleja al ver quien era.
—Creo que no he llegado en un buen momento.
—Sí, si yo ya me iba. Supongo que tienen mucho de que hablar
—le guiño uno ojo a Mencía como si fuera su cómplice en algo. A lo que ella le respondió con una sonrisa irónica.
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